Dos días sin bañarme, esa era su exigencia. Dos días donde tuve que cuidar mi dieta, mi ejercicio y mi hormonación. Dos días donde no tuve sexo con nadie mas, por suerte, sino no hubiese podido aguantar la higiene.
Sus palabras habían resonado claras con mi deseo y entendió a la perfección que era lo que yo ofrecía. Pocos comprenden que la estimulación puede ir más allá del sexo; cuando aprendes a perseguir el placer, lo exprimes en cada sentido.
Visual, paladar, táctil, auditivo y olfativo. Tenemos muchas formas para sobreestimularnos. De las más escasas de compartir era el deleite de una piel sudada, usada y resinosa.
Dos días llevaba sin una ducha, mi ropa interior ya tenía manchas de líquido preseminal donde la punta de mi pene se apoyaba en mi pantaleta. Cada rutina de ejercicio durante esos dos días acrecentaba más el dulce aroma, solo acercando mi nariz al vértice de mis axilas pude sentir la viscosidad del olor.
Me estimulaba en mi fermentación, mi cuerpo transgénico modificado gracias a la ciencia más blasfema me daba el privilegio de la universalidad: un aroma masculino suave emanaba de mi miembro, opacado por bloqueadores de testosterona y sazonado con restos de poluciones nocturnas junto un torso femenino con pechos en botón de flor, donde el sudor corría entre cada curva;sal humana perfumando mi silueta, concavidades de mis brazos depiladas, una tras otra las gotas invocadas por el calor del verano humedecían mi polera de seda, evaporándose en segundos, saetas de minerales adornando mis poros y mi piel.
Había llegado el día. La única parte que pude lavarme fue mi rostro, maquillado como en la mejor de las citas. Por su exigencia, usé ropa de nylon, lencería barata pegada al cuerpo, cubriéndola con ropa de seda holgada casual, escondiendo la perversión de mallas y encajes.
"Buenos días Moka, ¿pudiste aceptar mi pedido?"
Una voz tímida me saludó al otro lado de la línea.
"Si amor, obviamente, no podía defraudar nuestro trato"
"...maravilloso"
Su voz se aceleró mientras terminábamos los acuerdos. Confirmamos la segunda mitad del pago; un video de mi ropa en su whatsapp era la prueba de que yo estaba lista.
En media hora pasó fuera de mi domicilio en su auto. Me acomodé en el asiento de copiloto, una vez con el cinturón abrochado, partimos a nuestra entrega física. La conversación no fue fluida, él estaba muy concentrado en manejar y yo un poco nerviosa, mi primera vez con un fetichista de aromas y temía que lo peor pudiese pasar. El tributo ya estaba asegurado, así que a unos minutos de llegar, decidí hacer una pequeña prueba...
Mientras él seguía con sus ojos puestos en la abarrotada calle de Santiago, comencé a bajar silenciosamente el cierre de mi minifalda, mi apéndice semi erecto asomó por entre las bragas. Corrí el glande un poco dejando al descubierto la tibia cabeza y el efecto fue instantáneo; el ambiente cerrado del auto se colapsó con mi esencia, su mirada se dirigió a mis ojos buscando respuesta de la fragancia que lo golpeó de súbito y con un solo intercambio, miró mi mano en la entrepierna, divisando su presa salada.
Tragó saliva y tartamudeó, intentando mantener su mente en la calle pero su pantalón delató que era lo que buscaba y necesitaba. No necesitaba más pruebas. Lentamente volví a guardarme en mi capullo, no debía desperdiciar nada.
Llegamos al portón donde nos asignaron una cabaña, entré mientras él bajaba una mochila después de estacionar a la salida de nuestro escondite. Me senté en la cama, mientras él pasó a ducharse completamente; necesitaba oler a nada para poder olerme todo. Preparé los cocktails y empecé a tomar un poco, pronto empezaría a sudar, luego vendría la segunda parte de su servicio.
Llegó totalmente seco e higienizado a la cama, ni siquiera usó un jabón con aroma para no ensuciarme. Se sentó a mi lado posando su mano en mi cintura, desabrochando mi minifalda, descubriéndome. Ya no estaba semi erecta, mi pene venoso, palpitante, lo recibió como un anfitrión por su cuenta, con un esmegma imposible de controlar pero ese día poco importaba, eso era lo que él deseaba.
Sacó un poco de la pasta con su índice, la apretó entre sus yemas, la esparció y olió cual catador, una fuerte inhalación llevó esas partículas a su cerebro, lo impensable pasó.
Solo con la estimulación de mi suciedad botó su primera carga de semen, su pene tirante de la erección no llegaba a la mitad del mío, con un grosor similar a mi pulgar, patético pero lindo. A pesar de su tamaño, compensaba con duración, ya que incluso habiendo botado una corrida generosa seguía en pie.
Acercó su cara a mi pubis, alimentándose directamente de mi néctar. Cual colibrí en el desierto, quedó pasmado por la flor que se abría a su satisfacción personal, su mente luchaba por no poner su boca contra mi cuerpo, el olor puro solo duraría una vez hasta que se contaminara.
Llevaba dos días sin bañarme, usando la misma ropa interior. Cuando ya la desesperación lo consumía, puse mi pié en su cara para separarlo y mi otro pie pisando su pene como un suave footjob lubricado con su propio jugo.
Mi plan resultó a medias; logré separarlo de mi verija, pero quedó pegado en mi pie, degenerándose con el aire que corría entre mis dedos y mis medias. Mientras el bebé se entretenía con su estimulante juguete nuevo, tomé mi ropa interior enganchándola en mi dedo, usándola como servilleta para recoger lo que quedaba de mi esmegma. En seco detuvo su juego, atónito miraba en cámara lenta como recogía ese premio con mi pantaleta. Sentí mi pié apoyado en su cuerpo cubierto de su nueva semilla tibia, la expectación lo estaba matando, paralizado.
Cual felina cazadora, me acerqué lentamente a su cuello, hipnotizandolo con mis movimientos. Apoyé mi palma en su cuello y en un movimiento lo arrojé a la cama, sentándome sobre su pelvis y poniendo el pie manchado de su semen en su cara.
"Límpialo"
Mi voz en seco lo hizo estremecer. Obediente mascota recogió cada gota de crema, en lo que yo aprovechaba sus ojos cerrados para pasar los bordes de la lencería por mis axilas, sobrecargándolas de olor y limpiando el último sudor puro de mis nalgas con su respectivo espacio en el dibujo del calzón.
Amarré la prenda entre mis dedos, quitándole el pie ya lamido de su alcance y sofocándolo con mi nueva arma. Su cara con ojos blancos me indicó que lo que sentí tibio en mi espalda y entre mis nalgas era solamente su nueva sobrecarga de placer. Axilas, pene, ano y pies, combinados para su deleite.
Cuando sentí su lengua en mi planta, le quité el premio y lo sellé en una bolsa hermética, guardándola en su mochila. Su respiración agitada le hacía colapsar, cada bocanada era una sobrecarga de mi y mis perfumes, y el juego ahora debía empezar su aria.
Me di vuelta suavemente dándole la espalda, y me paré en la cama para darle una mejor vista. Su pene seguía fluyendo ya no con la fuerza inicial pero con constancia admirable, ansioso de más. Lentamente arrimé mi trasero a su nariz, calculando la posición de su boca solo con su aliento acelerado, y antes de proceder con mi smothering, le dí unos segundos de contemplación finales de su premio envuelto en el encaje acrílico, saturado de olor, apuntando el filo de su nariz con mi piel.
"¿Te molesta si me siento aquí?"
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